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Channel: Premios Príncipe de Asturias 2007 - LNE.es
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Los «Príncipe», un canto a la civilización frente a la barbarie y el desgarro de la naturaleza

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Oviedo, Pilar RUBIERA ¿Hubiéramos tenido la valentía de actuar contra el nazismo?, se preguntó y cuestionó a los invitados Al Gore en el escenario del teatro Campoamor de Oviedo. A su lado, se sentaban diez supervivientes del terror hitleriano. Hombres y mujeres que, junto a los representantes del Yad Vashem (Museo del Holocausto), arrancaron uno de los mayores aplausos que se recuerdan en la historia de los premios, con los asistentes puestos en pie. Ruido atronador seguido de un emocionante minuto de silencio por los seis millones de asesinados en el Holocausto. Y no sólo por ellos. En las palabras del escritor israelí Amos Oz, también se recordó la tragedia árabe-judía, «esa incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros... demasiada hostilidad y demasiada poca curiosidad». Y la denuncia de otro genocidio, el de Darfur, citado por Avner Shalev, presidente de Yad Vashem: «Nuestro mundo no puede ya tolerar ni sufrir, a comienzos del siglo XXI, un genocidio como el que está sucediendo estos días en Darfur». El Príncipe de Asturias, que presidió la entrega acompañado de doña Letizia, no olvidó tampoco «a las víctimas del terrorismo, del fanatismo, de la pobreza y la injusticia». En un discurso menos valiente que en años anteriores, don Felipe defendió la «gran empresa» que es España, «una sociedad cada vez más sólida y cohesionada en torno a los principios y valores de nuestra Constitución». A «esa gran tarea» dedica y dedicará todos sus esfuerzos, dijo, y animó a los españoles a «seguir trabajando todos unidos». El Príncipe recibió a la salida del teatro el ya habitual beso de la Reina y la felicitación de Manuel Fraga. La vigésimo séptima ceremonia de los premios se convirtió en un canto a la civilización frente a la barbarie y el desgarro a la naturaleza que está ocasionando el hombre. Una llamada a liderar una «revolución de la conciencia», en la que triunfen la verdad y la libertad, proclamó Gore. «Como decía Ian Scott Peck, el mal es la ausencia de verdad», dijo. Tanto Al Gore (Cooperación Internacional) como Avner Shalev o don Felipe hicieron un alegato a la lucha conjunta. «Somos un sólo pueblo que compartimos una amenaza común», declaró el ex vicepresidente de los EE UU y reciente Nobel de la Paz. Las anécdotas –el estallido de una bombilla de la araña o los poco afortunados adornos florales del teatro, con aires entre asturianos y caribeños– pasaron a un segundo plano ante la intensidad de las palabras. Fernando Alonso, el último de los invitados en confirmar su asistencia a la ceremonia, apenas cruzó una mirada con Michael Schumacher, sin duda el premiado más elegante. «Jamás he estado en una ceremonia tan solemne y emotiva. Me gustó mucho la cercanía y lo atentos que fueron conmigo tanto los Príncipes como la Reina», declaró el siete veces campeón del mundo de Fórmula 1 minutos antes de abandonar Asturias. La ausencia de Bob Dylan (Artes) se olvidó. Asistieron tres ministros socialistas: Miguel Ángel Moratinos, Mercedes Cabrera y César Antonio Molina, así como los presidentes del Congreso y del Tribunal Constitucional. José Ramón Álvarez Rendueles, presidente de la Fundación Príncipe desde 1995, se despidió con gran elegancia. Hubo pocas sonrisas. La memoria del Holocausto sobrevolaba el teatro. Los galardonados subieron al escenario entre aplausos y a los sones de la fanfarria «Ayres for cornetts and sagbuts», de John Adson. Al Gore (Cooperación Internacional); Christiane Dahrendorf, que recogía el galardón de Ciencias Sociales en representación de su esposo, el sociólogo Ralf Dahrendorf, convaleciente de una enfermedad; Amos Oz (Letras); las revistas «Nature» y «Science», representadas por Annete Thomas, Philip Campbell, y Andrew Sudgen y Colin Norman, respectivamente (Comunicación y Humanidades); los biólogos Ginés Morata y Peter Lawrence (Investigación Científica y Técnica); Michael Schumacher (Deportes) y Avner Shalev, presidente de Yad Vashem (Concordia). Christiane Dahrendorf agradeció, en nombre de su esposo, un premio por el que se siente «profundamente honrado». «Para él España fue el país de una nueva liga de las libertades. Observar la transición española marcó el principio de su interés por los procesos de democratización en los países anteriormente no democráticos», añadió. La transición y el papel del Rey también fueron subrayados por Al Gore. «En el final de una era negra y amarga el pueblo español elevó su nivel de conciencia de lucha por la libertad y la verdad con el Rey conduciendo esa revolución». «Traigo un mensaje de paz de un país sediento de paz». Amos Oz pronunció estas palabras en español para, a continuación, leer su discurso en la lengua de la Biblia, el hebreo. Oz nació y vivió entre libros y relatos que le contaban su madre y su abuela. Para Oviedo escribió «La mujer de la ventana», una triste y bella metáfora sobre la literatura como puente entre los pueblos, en este caso judíos y palestinos. Una invitación «a pasar al salón de otras personas» y una denuncia del comportamiento de Europa ante el conflicto árabe-israelí. «Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa. Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación. Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío», declaró. La Europa «de compleja historia», que cuenta «con un pasado lleno de encuentros y desencuentros, de guerras crueles y pacíficas relaciones comerciales», en palabras de don Felipe de Borbón, es la misma en la que, según dijo Avner Shalev, también en hebreo, «fueron asesinados sistemáticamente seis millones de mis hermanos y hermanas». Shalev recordó al escritor español Jorge Semprún, superviviente en Buchenwald. «La memoria del Holocausto debe encontrar su justo lugar en la cultura de la Humanidad», dijo. Tenemos una deuda con las generaciones futuras. «Quiero que digan que nosotros nos dimos cuenta, quiero que la pregunta que se hagan no sea en qué estaban pensando para destruir de esta manera la Tierra, sino cómo encontraron la valentía moral de enfrentarse a una situación que muchos decían que era imposible de resolver», dijo Gore. El político demócrata norteamericano, que siguió con gran atención toda la ceremonia y recibió a la salida un beso de su esposa, Tipper Gore, concluyó con una sentencia: «La voluntad política es un recurso renovable».

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